sábado, 31 de enero de 2009

Del transporte público

El transporte público tiene muchas ventajas. No tienes que conducir. Puedes ir dormido o leyendo. No tienes que estar atento a todo. Como mucho a que no se te pase la parada. Te ahorras atascos (en metro, y en autobús si hay carril-bus y no está bloqueado). No tienes que buscar sitio. Ni pagar parquímetros. No te ponen multas. A no ser claro que te cueles o pierdas el billete y te pillen. No te quitan puntos ni te hacen controles de alcoholemia. Además, al ir todos juntos, se ahorra combustible y no se contamina tanto.

Pero claro, no todo es de color de rosa. Si no no vendría a cuento el despotrico.

En mi ciudad hay poca variedad en cuanto al transporte público se refiere. Están los taxis, que ya abordé en otra ocasión. Tienes los autobuses urbanos e interurbanos. También hay trenes de cercanías y el metro.

El rasgo común por excelencia es, sin duda alguna, la aglomeración. Sobre todo en horas pu(n)tas. Menos mal que la gente es inmune a las múltiples campañas publicitarias y demás majaderías como el "día sin coches" que tratan de fomentar el uso del transporte público. Si no, habría días que necesitaríamos empujadores como en Japón, o iríamos hacinados como en la India. (vease foto adjunta).
Si te desagradan los roces indeseados viajar en transporte público te será un suplicio. Porque mucha gente no conoce el concepto del espacio vital. Se frotan contra ti. Te dan con el bolso, el abrigo, la mano... Sacuden en tu cara sus melenas cual Carmina Ordóñez. Además la mayoría de los que lo hacen no tienen precisamente un pelo pantene.

Si tu olfato está muy desarrollado tienes un problema. Porque inhalarás olores de todo tipo menos agradables. Efluvios corporales variados (alientos, sudores...). Ropa que huele a rancia y/o a fritanga u otras lindezas. Estoy convencido de que si Jean-Baptiste Grenouille (el de El Perfume) viviera en mi ciudad iría a todas partes andando.

Otra cosa que siempre me ha llamado la atención es la diferencia abismal de temperatura con el exterior. En invierno entras helado y te da un bofetón de calor que te tienes que empezar a quitar prendas compulsivamente. Los mofletes y las orejas te arden. La gente suda y aumentan aún más los olores desagradables. En verano es lo opuesto, entras sudando y parece Laponia. El aire acondicionado está muy bien, pero con medida. Estos cambios bruscos de temperatura son los principales causantes de catarros y constipados. Así que no me extrañaría que en el metrobus algún día, tras pleito previo, tengan que poner que "viajar en transporte público perjudica seriamente la salud".

Otro rasgo común en el transporte público es la mala educación generalizada. La frase "antes de entrar dejen salir" carece de significado para muchos. Se ponen delante de la puerta con cara de borregos y tienes que embestirles para poder salir. Y lo hacen para poder entrar primero y abalanzarse sobre los asientos libres. Porque parece que están jugando a las sillas y se ha parado la música (detestaba ese juego de pequeño). Pero no sólo tienen que entrar los primeros, también salir. Hay veces que estoy presto a salir y el típico list@ se me pone delante en el último momento. La gente que bloquea la parte izquierda de la escalera mecánica también es digna de mención. Y los que te clavan las rodillas en el asiento del autobús. O golpean tu respaldo cual tamborileros. Y la extraña costumbre de acumularse todos en la cabecera del autobús.

Pero el colmo es cuando entra un anciano o una embarazada y me levanto para dejarles el sitio. La gente me mira como si fuera raro o estuviera loco. Me dan ganas de decir en alto: "pues antes esto era lo normal".

1 comentario:

lachicadelpelotricolor dijo...

o esa gente que se queda en la puerta y tú amablemente les dices que si van a salir y ellos te miran con cara de asco y se quedan delante de la puerta y tu casi para poder pasar tienes que aplastar cabezas, les da miedo salir, dejar pasar y que les roben su espacio vital!

Prefiero el bus