
Es entonces cuando este corréo electrónico, que teóricamente, cual multa del ayuntamiento y pregunta retórica, no ha sido ideado para tener respuesta. Empieza a generar en el lector una necesidad irrefrenable de plasmar por escrito lo primero que le viene a la cabeza. Y así lo hace patente a todos los destinatarios originales del mail. Sin importar si es gracioso, relevante o im/pertinente. Y de esta manera tan caprichosa se convierte en una suerte de psicoterapia relajante que une a todos en una comunidad de estupidez. Propia sin duda de nuestra simiesca rémora que nos empuja a la vida en manada.
Lo peor es que si tu gestor de correo no es minimamente espabilado, se te empieza a saturar la bandeja de entrada de las cada vez más brillantes réplicas. Y además hay que ir bajando con el scroll para poder leerlas. Porque muchas veces repiten vectorialmente los correos precedentes. Y si en tu caso en el gestor de correos se te agrupan todos en un sólo mail, es igual o más complicado en caso de querer localizar algún (casi imposible) dato útil.