
Despotrico hoy de este icono de modernidad. Porque en esta
multinacional sueca nada es igual que en las clásicas tiendas de muebles. En
IKEA no venden mobiliario, te regalan soluciones de hogar. Luego resultan en complicaciones para el hogar.
Cuando te diriges en coche hacia la tienda es imposible que te pases la salida. Es la que está atascada. Después de una paciente procesión llegas al aparcamiento. Allí tendrás que pelear por una plaza. Tras muchos sudores y
bocinazos por fin entras en IKEA.
Lo primero que te llama la atención cuando vas por primera vez es que te dan un manual de instrucciones para comprar. ¿Tan complicado es esto?, piensas con inocencia. También te regalan lápices, metros para medir y unas hojas para apuntar unos códigos. Se nota que no conocen todavía la mentalidad española. Porque todo el mundo coge 40 lapiceros y 15 cintas métricas. Aún así les sale rentable.
Empiezas a explorar y te das cuenta de que sólo puedes ir hacia delante. Como los toros en San
Fermín. Porque en la entrada no hay cajas. Sólo una guardería para dejar a los críos y una cafetería donde te venden productos suecos (salmón, galletas, albóndigas con pinta sospechosa y otras gaitas suecas). Como decía, mientras avanzas se van sucediendo habitaciones piloto amuebladas con todo tipo de enseres. Si estás interesado en alguno no se te ocurra cogerlo y meterlo en la bolsa. Tienes que apuntar su código en la
hojita que antes mencioné y recogerlo en la salida. Si vas buscando algo en concreto que has visto en el catálogo
ármate de paciencia. Porque, como en los
supermercados, encontrarlo te puede llevar más tiempo que a
Stanley con
Livingstone. Tanto es así que han puesto unos ordenadores donde introduces el dichoso código y te indica su ubicación en la tienda.
La fauna media que suele poblar el
IKEA es de familias enteras que no saben qué van a comprar. Y que van a echar la mañana/tarde. Lo miran todo con cara de perplejidad y se sientan y tumban en todos los sofás y camas.
Te sorprende que todo sea tan barato. Piensas: - Esto tiene que tener trampa -. Y efectivamente. Cuando ya has elegido los productos que quieres y cogido las
supercherías que "necesitas" viene lo divertido. El almacén. Parecido al de Indiana
Jones por sus interminables pasillos y baldas inalcanzables. Allí has de localizar el producto embalado que se corresponde con tus códigos seleccionados. Es probable que si se te va una letra o un número te lleves a casa una lámpara en vez de un armario y que en vez de roja sea azul turquesa. Al poner los muebles en el
carrito es cuando se suelen producir las hernias y demás lesiones lumbares.
Todas estas vicisitudes van aumentando progresivamente tu nivel de mala leche. Hasta el punto que
IKEA es una de las mayores fuentes de discusiones familiares y divorcios.
Por fin pagas. Y como todo estaba tan barato has cogido cosas que no te hacían falta, y que
mágicamente han convertido lo barato en caro.
Luego viene el
show de cargar la compra en el coche. Obviamente tiene que entrar todo, porque pagar el transporte hasta tu casa también haría que dejase de ser rentable el
viajecito. Y el cabreo. Así se producen situaciones como la de la foto adjunta.

Y cuando llegas a tu casa toca hacer un
McGyver. Esto es, montar el dichoso mueble y tratar de que te quede tal y como estaba en la tienda. No apto para manazas. La ilusión por tus preciosos muebles nuevos suele durar hasta que visitas la casa de un amigo. Y compruebas que también tiene la estantería
Billy, el sofá
Malkmus y la lámpara
Richal.
IKEA ha conseguido que todas las casas de los españoles sean iguales. Tanto es así que estoy seguro que algún ladrón al entrar a robar en una casa le ha dicho a su compinche: "Oye, esta casa no la robamos ayer". Si no por qué han surgido
webs donde te enseñan a "tunear" tus muebles de
IKEA. Si no me creéis pinchad
aquí.